miércoles, 16 de diciembre de 2009

¿... un fantasma?

¿Cómo se movería un fantasma? Sí, esos en los que no creemos; no me refiero a los pasados malos recuerdos que sobrevienen de vez en cuando para que no te olvides de ti mismo.

Me estoy refiriendo más bien a aquellos que se parecen a los de la sábana sobre la cabeza, agujereada ésa para que unos ojos, "inexistentes", dicten el camino que la condena les marca hacia ningún final de su tortura.

Sus manos acarician el pomo de la puerta y le transmiten un cuidado y paciente escalofrío que la abre sin chirrido alguno. Primero un pie pisa la elegante moqueta, sin cambiar ni un mínimo su refinada suavidad. Su entrada, inadvertida, sólo reconocida por un soplo en la nuca de los espectadores, le hace retornar a sus vivencias pasadas.

Sin sábanas, con la única tortura de haber dejado de existir, caminan esos fantasmas entre el público, recitando su parlamento favorito, introduciéndolo una y otra vez en su ser (¿Ser?), negándose a abandonarlo por siempre.

Esas palabras, inmortales como muchas, únicas como su progenitor, desvelan un ansia tenebrosa de regresar al tablado de nuevo; ese cuerpo vaporoso y frío, que congelaría nuestro más profundo germen de vida, recuerda quién fue a los cuerpos humanos, qué hizo que vibrasen sus carnes, antaño, hasta su último momento.

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Hay veces que te apetece escribir. No sabes sobre qué, ni la finalidad, pero te apetece.

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