domingo, 13 de diciembre de 2009

Susan...

Ha pasado junto a nosotros. Hacía calor y ella pasó despacio. Intentaba disimular la inquietud de su corazón, escondiendo una mirada impenetrable, huidiza, bajo condena. Yo, que buscaba sus ojos, traté de encontrarlos sin airear mis sentimientos ante los que se encontraban allí, manteniendo mi puesto.

Mi mirada la persiguió, reflejando el mismo interés que cualquiera pondría sobre una muchacha bella. No podía continuar las burlas que engendraban mis compañeros, no con ese semblante bañado en la pena que no había querido mirarme.
¿Qué había borrado tu sonrisa fácil y ligera? ¿Quién había roto ese velo que toda tristeza arropa y consuela?

Dejando atrás el calor agobiante de la época de siega y el polvo de esta tierra seca, crucé la puerta de la casa para alcanzar lo más alto de ella, para poder hundir en el horizonte mis ojos, por buscar tu ruta incierta. La sombra de mi mano no ayudaba a ver más allá; pero yo te sentía, sentía esa profunda constricción que no te dejaba respirar, ni vivir. Eras un lago colmado, que supera las cumbres de cualquier pecho; reventaste en un potente maremoto que arrasaba sin dejar huella.

¿Dónde vas, allí, tan lejos?

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