jueves, 16 de septiembre de 2010

Dorian Gray

A fuerza de creer te conviertes en otra persona. A fuerza de insistencias te crees hasta que te quieren, que es verdad. Te puedes llegar a creer cualquier cosa.
A fuerza de desear morir de Amor, mueres de Odio, de asco, de repulsión, de las arcadas que te da la decepción, de incredulidad, de los golpes que te das, de mortificaciones. Mueres por tener compasión, y por no tenerla también.
Asco te parece una palabra demasiado pequeña, demasiado corta. Las lágrimas molestan, son demasiado lentas, demasiado suaves. Por no hacer daño al resto te lo haces a ti mismo y cuanto más daño deseas, más te provocas. Te convieres en el espejo del señorito Gray, acumulas toda la mierda que se oculta de la realidad y te cubres con un paño. Dejas de ver. Y en la oscuridad del escondite te conviertes en alguien peor, en alguien que está aún más sólo y no crees que el final de la historia sea que levanten el paño y que las tiranías del tiempo y del hombre queden donde tienen que estar y que del retrato quede el original, impoluto, intacto.
Confías en San Juan para que queme todo con su fuego... que la persona que más quieres te dé lo que menos deseas a tus enemigos sólo revela odio y odiar a alguien que quieres sólo da asco. Y así termina todo, odiándote a ti mismo y dándote asco a la vez.
Acabas confiando en el tiempo y desconfiando de las personas, convirtiéndote en algo cada vez más pequeño y más insignificante. Tienes miedo de dar demasiado, de hundirte aún más en la soledad que ha creado para ti.


Pero, ¿sabéis? que sigo llorando por él, que lo sigo echando de menos, que cuando leo sus cartas, me sigo creyendo que algo era verdad. Después recuerdo y vuelvo a llorar porque no sé cómo una persona tan hipócrita me ha hecho creer tanto tiempo que no lo era.
Todos lo somos al fin y al cabo, darle rienda suelta a la imaginación trae estas consecuencias.

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